Si el confinamiento obligado por la crisis sanitaria del coronavirus se hubiera producido en los ochenta, la fotografía de portada de este reportaje sería de la de Luis Lago, que en el terremoto de México Distrito Federal de 1985 logró “en cuatro o cinco días” saber que una familia originaria de Cacabelos había sobrevivido a la catástrofe con su estación de radioaficionado. De haberse dado unos años más tarde, podría haber sido la de Miguel Yugueros, que se sacaba su licencia, o la de Iván Ucio, que hacía sus pinitos con la emisora de su padre, policía de profesión.
Con este hobby en recesión desde que teléfonos móviles, internet y redes sociales entraron en escena, ahora el protagonismo recae en Sandra, la hija mayor de Iván, que con apenas 5 años de edad está aprovechando la orden de la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales que permite transitoriamente durante el estado de alarma el uso de los aparatos por parte de familiares. “Ahora mismo está hablando con otros niños de dinosaurios”, ilustra su padre en una tarde cualquiera de viernes ahora que cada día parece igual que el anterior.
El mismo virus que mata en España a decenas de miles de personas está resucitando en parte en algunos hogares una afición que había entrado en cuidados intensivos desde que, progresivamente, los móviles, los chats, las redes sociales y los sistemas de mensajería instantánea revolucionaron los canales de comunicación hasta reducir el sector básicamente a quienes se volcaron en lo que ellos mismos denominan el ‘cacharreo’, los que recibieron una emisora o un walkie talkie como regalo de Reyes Magos y estiraron su hobby tirando fundamentalmente del hilo tecnológico.
“Ahora la radioafición ya no era tanto el hecho de charlar. Han quedado quienes estaban interesados principalmente en la experimentación, la técnica y la electrónica”, cuenta Miguel Yugueros, o casi mejor dicho EB1Y, su indicativo y seña de identidad en el gremio. Yugueros es el presidente de la sección de León de la URE (Unión de Radioaficionados Españoles), un colectivo con 52 integrantes censados.
Hubo un tiempo en el que el radioaficionado parecía una especie de milagrero que lograba difuminar las fronteras, saltar océanos y ponerse en contacto con colegas que vivían al otro lado del Atlántico. Así lo constata al recordar el asombro que causaban aquellas comunicaciones transoceánicas entre familiares de emigrantes en San Juan de la Mata (Arganza) Luis Lago (EA1CEZ), a la sazón presidente de la sección del Bierzo de la URE, un colectivo ya mermado a menos de 40 socios, con una media de edad avanzada y sin relevo generacional, por lo que el efecto de la orden de Telecomunicaciones e Infraestructuras Digitales apenas sí se ha notado. “Pero sí sería bueno que no se derogase cuando acabe el estado de alarma”, considera Lago.